lunes, 14 de noviembre de 2011

E&B

"Había cosas que aún no habían cambiado, y entre ellas el amor desesperado que sentía por mi novio. (...) Solté mis manos de su nuca y con dedos trémulos le recorrí el cuello hasta llegar a las solapas de su camisa. Aquel temblor no me ayudaba demasiado, ya que tenía que darme prisa y desabrocharle los botones antes de que él me detuviera. Sus labios se congelaron, y casi pude escuchar el chasquido de un interruptor en su cabeza cuando por fin relacionó mis palabras con mis actos. Me apartó de inmediato con un gesto de desaprobación. (....)

—Sabes por qué tengo que decirte que no —susurró—, y también sabes que te deseo.
—¿Seguro? —le pregunté con voz titubeante.
—Pues claro que sí, niña guapa, tonta e hipersensible —soltó una carcajada, y luego su voz se volvió neutra—. Todo el mundo te desea. Sé que hay una cola inmensa de candidatos detrás de mí, todos maniobrando para colocarse en primera posición, a la espera de que yo cometa un error... Eres demasiado deseable para tu propia seguridad.(...) —Esta sensación es insoportable. Hay tantas cosas que he querido darte... Y tú decides pedirme precisamente esto. ¿Tienes idea de lo doloroso que me resulta negarme cuando me lo suplicas de esta forma?
—Entonces, no te niegues —le dije, sin aliento.
No me respondió.
—Por favor —lo intenté de nuevo.
—Bella...

Movió la cabeza a los lados, pero esta vez tuve la impresión de que el lento deslizar de su cara y sus labios sobre mi garganta no era una negación. Más bien parecía una rendición. Mi corazón, que ya latía deprisa, adquirió un ritmo frenético. De nuevo aproveché la ventaja como pude. Cuando volvió su rostro hacia el mío en aquel ademán lento y vacilante, me retorcí entre sus brazos y busqué sus labios. El me agarró la cara entre las manos, y creí que me apartaría una vez más. Pero me equivocaba. Su boca ya no era tierna; el movimiento de sus labios transmitía una sensación por completo nueva, de conflicto y desesperación. Entrelacé los dedos detrás de su cuello y sentí su cuerpo más gélido que nunca contra mi piel, que de pronto parecía arder. Me estremecí, pero no era a causa del frío. Edward no paraba de besarme. Fui yo quien tuvo que apartarse para respirar, pero ni siquiera entonces sus labios se separaron de mi piel, sino que se deslizaron hacia mi garganta. La emoción de la victoria fue un extraño climax que me hizo sentir poderosa y valiente. Mis manos ya no temblaban; mis dedos soltaron con facilidad los botones de su camisa y recorrieron las líneas perfectas de su pecho de hielo. Edward era tan hermoso... ¿Qué palabra acaba de utilizar él? Insoportable. Sí, su belleza era tan intensa que resultaba casi insoportable.
-Bella —murmuró, con voz cálida y aterciopelada—. Por favor, ¿te importaría dejar de desnudarte?
—¿Quieres hacerlo tú? —pregunté, confusa.
—Esta noche no —respondió con dulzura. Ahora sus labios recorrían más despacio mi mejilla y mi mandíbula. La urgencia se había desvanecido.
—Edward, no... —empecé a decir.
—No estoy diciendo que no —me dijo en tono tranquilizador—. Sólo digo que «esta noche no».
Me quedé pensando en ello durante unos instantes, mientras mi respiración empezaba a calmarse.
—Dame una razón convincente para que yo comprenda por qué esta noche no es tan buena como cualquier otra —aún me faltaba el aliento, lo que hacía que el timbre de frustración de mi voz sonara menos convincente.
—No nací ayer —Edward se rió quedamente junto a mi oreja—. ¿Cuál de nosotros dos se resiste más a dar al otro lo que quiere? Acabas de prometer que te casarás conmigo, pero si cedo a tus deseos esta noche, ¿quién me garantiza que por la mañana no saldrás corriendo a los brazos de Carlisle? Está claro que yo soy mucho menos reacio a darte a ti lo que deseas. Por lo tanto... Tú primero.
Resoplé, y le pregunté con incredulidad:
—¿Tengo que casarme antes contigo?
—Ése es el trato: lo tomas o lo dejas. El compromiso, ¿recuerdas?
Me envolvió con sus brazos y me besó de un modo que debería ser ilegal. Demasiado persuasivo; era como una coacción, una intimidación. Traté de mantener la mente despejada... y fracasé de inmediato y por completo.(...)
—Pero ¿se puede saber qué ha pasado? —dije—. Por una vez pensé que esta noche era yo quien tenía el control, y de repente...
—...estás comprometida —completó él (...)
—Isabella Swan —me miró a través de aquellas pestañas de una longitud imposible. Sus ojos dorados eran tiernos y, a la vez, abrasadores—. Prometo amarte para siempre, todos los días de mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?
Quise decirle muchas cosas. Algunas no eran nada agradables, mientras que otras resultaban más empalagosas y románticas de lo que el propio Edward habría soñado. Decidí no ponerme en evidencia a mí misma y me limité a susurrar:
—Sí.
—Gracias —respondió.
Después, tomó mi mano y me besó las yemas de los dedos antes de besar también el anillo, que ahora me pertenecía.."

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